Joseph Mohr escribió el villancico en 1818, convirtiéndose
después en una de las canciones más famosas de todos los
tiempos, sin que a él le reportara un solo céntimo
¿Quién le iba a decir al joven sacerdote de
Oberndorf, Joseph Mohr, que el villancico que escribió
la tarde del 23 de diciembre de 1818, y mando a su
amigo Franz Gruber para que le pusiera música, iba a ser
traducido a más de 300 idiomas, cantado por media
humanidad y se iba a convertir en una de las canciones más
famosas de todos los tiempos? Nadie, sobre todo si tenemos
en cuenta que por aquella obra navideña, de éxito indudable
hoy, el sacerdote no obtuvo ni para pagarse su propio
entierro.
El sacerdote escribió una poesía y se la llevó a su
amigo Franz Gruber para que le pusiera musica
Muchas son las leyendas que han circulado alrededor del
villancico, cuya historia verdadera no se conoció hasta que
Gruber envió –36 años después de que fuera interpretada
por primera vez en la Misa del Gallo celebrada, en 1818, en la
iglesia de San Nicolás del pequeño pueblo pesquero de
Austria– una carta a Berlín con la historia fidedigna
del origen de «Still nacht» («Noche de paz»), donde se
incluían unas breves biografías… cuando Mohr, pobre, ya
había muerto.
Todo ocurrió tres años después de que Europa dejara de
desangrarse por las guerras expansionistas francesas y de
En la Navidad de 1818 reinaba la paz en Oberndorf y Mohr,
entonces con 26 años, preparaba como siempre la
tradicional Misa del Gallo, con la pena de que el órgano de la
iglesia no estaba en condiciones de sonar.
El sacerdote se puso manos a la obra y encontró la solución:
escribió una poesía y se la llevó a su amigo músico,
Franz Gruber, para que le pusiera una sencilla
melodía. En apenas unas horas de la tarde del 23 de
diciembre, y con la ayuda de una guitarra, el villancico quedó
terminado y adaptado para dos voces y coro.
Su difusión
No se sabe si fue interpretado al principio o al final de la
misa, pero sí que allí fue donde sonó por primera vez, sin que
Mohr o Gruber se imaginaran que aquella canción se haría
universalmente conocida. Y aquello no hubiera ocurrido si,
en la primavera siguiente, no hubiera llegado a Oberndorf el
constructor de órganos Carlos Mauracher, que, tras
conocer el texto y la partitura, se las llevó al Tirol. Y desde
allí, dos amigos suyos, los hermanos Strasser, se dedicaron a
difundirla por todo el país, durante los muchos viajes que
hacían para comercializar sus guantes.
Trece años después de su composición era cantada por un
grupo de católicos en la localidad alemana de Leipzig, en un
viaje que, lenta pero exitosamente, le fue llevando al resto
del mundo como «canción popular tirolesa».
juzgar por su popularidad hoy, y por la gran cantidad de
artistas famosos que la han interpretado.. Y poco se hubiera
sabido de sus autores si, 30 años después, en 1854, ya
muerto Mohr, un miembro de la capilla real áulica de
Berlín no se hubiese preguntado sobre el origen del
villancico.
Tras un periodo investigando, solicitó información al
convento benedictino de San Pedro, en Salzburgo, que pidió
a Gruber que escribiera aquella carta. En ella contaba que
Mohr, perteneciente a una familia modesta de Salzburgo
tuvo que costearse sus estudios, y que, treinta años después
de componer el villancico, murió a los 56, respetado y muy
querido, pero tan pobre que la ciudad tuvo que hacerse cargo
de los gastos de su entierro. Qué hubiera sido de Mohr si
hubiera nacido hoy…
Mohr, de una familia modesta de Salzburgo, tuvo que costearse sus estudios
ABC.es
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