Caravaggio, el pintor amado que se
odió a sí mismo
Michelangelo Merisi Da Caravaggio (1571-1610) se ha
convertido en uno de los pintores más apreciados en el siglo
XXI. A una pintura magistral se une una vida intensa y
polémica: fue un genio incomprendido, un loco violento, un
hombre atormentado y un triste perseguido. Finalmente,
cansado de huir, los últimos años de su vida los pasó
buscando un perdón que entonces se le negaba y que
ahora, a cuatro siglos de su muerte, parece haber obtenido.
Caravaggio fue el enfant terrible de la pintura italiana
barroca. Pocos autores han gritado tan fuerte con los
pinceles su propio conflicto personal. Aunque no haya
dejado más que una cuarentena de pinturas, cada una de
ellas revela una visión muy personal del arte, una lucha
interior, un debate entre luz y oscuridad, y un espíritu
innovador capaz de mezclar en una misma escena santidad
divina y miseria humana.
1585-1594 Milán y Roma: “Desnudo y extremamente
necesitado”. Michelangelo Merisi será conocido siempre
con el nombre de la pequeña localidad de Caravaggio,
situada al norte de Italia, de la que procedía su familia y en
la que vivió durante algunos años para protegerse de
una epidemia de peste durante su juventud. Él, sin
embargo, nació en Milán y allí se trasladó para formarse en
una escuela de pintura manierista donde aprendió a
manejar los pinceles antes de transmitirles su propia vida.
Entre 1585 y 1592 absorbió lo mejor de las diferentes
tendencias de la pintura renacentista que ya tocaba a su fin.
En las regiones de la Lombardía y Véneto, el tenebrismo y
el naturalismo propios del naciente barroco comenzaban a
contagiar a los artistas, y el joven Caravaggio –de viaje por
esas tierras– las estudió sin saber que se convertiría en el
principal maestro de tales técnicas. Tras deambular por
diversas ciudades y escuelas del norte italiano, el joven
artista se trasladó a la Urbe. Ni la pequeña población de
Caravaggio, ni Milán, ni Brescia, ni ninguna otra de las
ciudades por las que deambuló el Merisi marcarían tanto su
destino como Roma. En Roma se formó el genio, de Roma
se impregnó su vida, con Roma se juró muerte y a Roma
suplicó perdón al final de sus días.
Hacia mediados de 1592, Caravaggio llegó por vez primera
a la ciudad, “desnudo y extremadamente necesitado, sin
una dirección fija, sin provisiones... y además corto de
dinero”, cuentan sus biógrafos. Pronto encontró trabajo
como “pintor de flores y frutos” en el taller de Giuseppe
Cesari, artista de cámara del Papa Clemente VIII, pero dos
años más tarde –cansado de no poder pintar rostros–
abandonó el taller decidido a abrirse paso por su propia
mano. “Senza denari e pessimamente vestito”, lo describen
las crónicas de la época.
Empeñado en hacerse una carrera en
Roma, Caravaggio conoce el fracaso y la enfermedad –se
contagió de malaria–, pero es en esta época cuando entra
en contacto con algunas personas que marcarían su
vida. Prospero Orsi, también pintor, fue quien le ayudó a
salir de la miseria, introduciendo al joven artista entre las
altas esferas de la ciudad. A mediados de los años noventa,
el Merisi había podido pintar algo más que parras y frutas:
sus cuadros, llenos de luz y jovialidad, y de temática tanto
profana como religiosa, atrajeron la atención de ilustres
mecenas.
1595-1600 roma: un pintor para la
contrarreforma. Atraído por los cuadros del joven pintor, el
cardenal Francesco María del Monte acogió en su palacio
a Caravaggio. El purpurado –experto músico, alquimista,
astrólogo, científico y promotor de las artes– había
fomentado en torno a sí una cohorte de pintores en la que
se introdujo el Merisi. Es ahora cuando abandona la pintura
profana y se dedica, ya hasta el final de sus días, casi por
exclusivo a la religiosa. La gran cantidad de templos que se
erigen en Roma como efecto de la Contrarreforma supuso
una oportunidad para los pintores de la Urbe. Frente a la
sobriedad protestante, las iglesias barrocas se propusieron
mostrar la humanidad de la fe y la verdadera doctrina
cristiana. Para ello, se llenaron de pinturas y estatuas de
santos, reliquias y adornos.
Uno de estos templos, justo enfrente del Palacio Madama,
residencia del cardenal, era la iglesia de san Luis de los
Franceses. En ella quedaba por decorar la capilla Contarelli:
aquella habitación fue el trampolín artístico de Caravaggio,
el lugar en el que pudo mostrar su concepción de la pintura
religiosa, y que le abriría las puertas a tantos otros encargos
religiosos. Ya desde el inicio, el autor incluye las
características que marcarían para siempre su estilo y que
dividirían –y siguen dividiendo– al público: frente al
idealismo de los personajes bíblicos de otros
artistas, Caravaggiolos representa sirviéndose de modelos
de la calle, sin idealizarlos, con sus deformaciones físicas.
Los representará tal cual, ancianos, mugrientos, feos,
sucios... El Merisi se centrará en la fuerza psicológica de
esos personajes, resaltando sus rostros con luces a veces
imposibles, y envolviendo en las tinieblas los decorados del
fondo. Estas luces y sombras contribuían a resaltar el
dramatismo de las composiciones. Este acercamiento de lo
sagrado a la realidad es quizá uno de los motivos de la
actual popularidad del pintor, quien no se libró de la
polémica por usar a mendigos o prostitutas para representar
a figuras santas, sin ocultar sus pies sucios, sus arrugas,
sus piernas hinchadas o sus ropas hechas andrajos.
1600–1606 ‘El más famoso pintor de Roma’. El inicio del
siglo XVII es el momento de gloria deCaravaggio. Las telas
sobre san Mateo le dieron fama en los círculos artísticos, y
le llovieron los encargos. De esta época son algunos de los
trabajos más famosos: La crucifixión de san Pedro, Marta y
María, La muerte de la Virgen, La incredulidad de santo
Tomás, La conversión de san Pablo… Sus cuadros
comienzan a ser objeto de interés por los coleccionistas y
entendidos, y su concepción de la pintura –naturalista e
impregnada de realidad y religiosidad– dividiría en dos a la
sociedad romana.
Junto con el éxito, se manifiesta ahora en el pintor el
carácter violento y pendenciero que le provocaría la ruina.
El Merisi se rodea de un grupo de amigos, del que se
convierte en líder, que le envolverá en juergas, riñas y
excesos en los ambientes más bajos de la Urbe romana. De
estos años datan algunas denuncias –incluso de sus
amigos– por ataques con bastonazos, difusión de sonetos
injuriosos, insultos, ataques con espada, rotura de mobiliario
y ventanas de diferentes tabernas, etcétera. Gracias a
diferentes protectores, Caravaggio pudo siempre seguir con
su actividad artística, aunque nada podían hacer por evitar
que siguiera creciendo el número de sus enemigos. Un
amigo suyo, Floris Claes van Dijk, también pintor, lo
describía como “una persona trabajadora, pero a la vez
orgullosa, terca y siempre dispuesta a participar en una
discusión o a enfrascarse en una pelea. Es difícil llevarse
bien con él”.
1606-1610 Exilio y muerte. Pese a ser uno de los pintores
más valorados de la ciudad,Caravaggio encontró algunas
dificultades para recibir encargos por su carácter polémico.
Tras sortear la desgracia en numerosas ocasiones,
finalmente el 29 de mayo de 1606, durante un partido de
tenis (llamado en aquel entonces pallacorda) que degeneró
en reyerta, mató a Ranuccio Tomassoni, jefe de una
pequeña banda armada que operaba en Roma. Las
autoridades emitieron una denuncia contra él y los
seguidores de Tomassoni le juraron venganza. Asustado y
solo, huyó a Nápoles en una carrera que ya sólo finalizaría
con su muerte.
En Nápoles, lejos de la justicia romana y protegido por la
poderosa familia Colonna, pudo recuperar su actividad y el
prestigio que se había forjado en Roma. Sin embargo, la
angustia y la depresión que se habían apoderado de él
comienza a reflejarse en sus obras. En esta última etapa de
su vida,Caravaggio deambula por diversas ciudades, pero
siempre con un deseo fijo: regresar a la Urbe para obtener
el perdón por un crimen que, honradamente, nunca había
querido cometer. De Nápoles viajó a la isla de Malta, donde
fue nombrado caballero de la Orden de Malta. Su
arrepentimiento duró poco y de nuevo una pelea callejera y
la difusión de lo acaecido en Roma complicó aún más su
vida: fue expulsado de la orden y tuvo que huir de Malta, un
golpe moral para el pintor que le hundió más en el abismo
de la desesperación. El tenebrismo de su pintura también
comenzaba a invadir su vida.
De nuevo en Nápoles, tras un breve paso por Sicilia, fue
víctima de un ataque por parte de personas desconocidas,
probablemente un enemigo maltés. “Tan herido –cuentan
sus contemporáneos– que prácticamente no se le reconocía
el rostro”. Pese al momento de temor y fragilidad (dormía
armado y siempre sospechaba de quienes estaban en
torno), Caravaggio siguió pintando obras de gran calidad
artística, expresando con una mirada, un gesto o un haz de
luz todo un mundo interior. Ahora más que nunca, el entorno
desaparece, las luces –artificiales o sobrenaturales– guían
la mirada del espectador. De ese modo, lo grandioso sigue
surgiendo de lo miserable. En este momento de
desesperación personal, Caravaggio se reafirma en su idea
de que Dios es Luz, como ha intentado transmitir desde sus
primeras telas de carácter religioso. Y esa luz, estaba
seguro, es capaz de brillar sobre las cosas hermosas y
sobre las que no valen nada, como él mismo.
Por fin, habiendo obtenido el indulto, el Merisi tomó en el
verano de 1610 un barco rumbo a Roma. Consigo llevaba
algunos cuadros y unas pocas posesiones. Sin embargo, el
barco hizo una escala a unos 150 kilómetros de la Urbe, en
la población de Porto Ercole. Allí el pintor fue retenido en la
cárcel y cuando salió para embarcarse, la nave ya se había
marchado. Afectado de disentería y débil, cuentan que
comenzó a correr por la playa persiguiendo al barco que
tenía que haberle llevado a Roma. “Llegado a un lugar de la
playa –concluye uno de sus biógrafos–, se arrojó en el
suelo. Sin ayuda humana, en pocos días murió malamente,
como malamente había vivido”. Era el 18 de julio de 1610.
Si Caravaggio hubiera muerto 400 años más tarde, lo
habría hecho con una sonrisa. En el cuarto centenario de su
fallecimiento, miles de personas esperaron en fila desde la
medianoche hasta el amanecer para contemplar seis pinturas
del maestro expuestas en el museo Borghese de Roma. En
1610, en una noche similar, el pintor había muerto solo y
enfermo, oyendo como único aplauso las olas del mar y
aferrado con fuerza al único lienzo que aún no le habían
robado.
Universidad de Navarra...
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