jueves, 5 de diciembre de 2013

COMO NOS DAÑARON LA VIDA CON TANTOS PREJUICIOS



Me enseñaron que todo era vergüenza.








Me enseñaron a avergonzarme de mi cuerpo, de mis actos,

 de mis pensamientos.
Me enseñaron que lo que pienso es absurdo, que lo que

 hago es ridículo, que lo que deseo es sucio.
Y aprendí a no decir lo que pensaba, por vergüenza de que

 alguien a mi alrededor pensara algo mejor.
Y aprendí a no hacer lo que me apetecía, por vergüenza de

 que alguien a mi alrededor creyera que era inoportuno.
Y aprendí a no perseguir lo que deseaba, por vergüenza de

 que alguien a mi alrededor opinara que era inapropiado.
No contenta con someterme a la mirada externa, me plegué

 también a la vergüenza ajena.



Y aprendí a preguntarle a la vergüenza cómo vestirme, no

 vaya a ser que alguien pensara que voy buscando gustar

, destacar. Y aprendí a escuchar a la vergüenza al

 desnudarme, no vaya a ser que me sintiera cómoda en mi

 cuerpo, y me acostumbrara a enseñar(me)lo sin miedo. Y

 aprendí a consultar con la vergüenza antes de abrir la boca,

 no vaya a ser que dijera sin filtro lo que me pasa por la

 cabeza, y se enterara la gente.





Y dejé de bailar, de reír a carcajadas, de rascarme el

 trasero, de preguntar lo que no entiendo, de opinar lo que

 pienso, de compartir lo que siento, de pedir ayuda, de

 ponerme faldas, de ir a la playa, de comer o llorar en la 

calle, de ir sin sujetador, de pintarme, de salir sin pintar, de

 bajar a la calle despeinada, de usar esa ropa que dicen que

 no me pega nada, de llamar a quien echo de menos, de

 tomar la iniciativa, de decir que no, de decir que sí, de

 quejarme, de vanagloriarme, de estar orgullosa, de admitir 

que estoy asustada.




Y, a base de sentirme cada día más avergonzada, entendí 

que mi vergüenza nunca iba a sentirse saciada. Que toda la

 vida iba a imponerse entre yo y mi representante

 impostada. Así que busqué a mi sinvergüenza interna. Y le

 costó salir un poco, le daba vergüenza. Pero acabó

 sacándome a bailar, haciéndome dúo al cantar, saliendo

 conmigo a la calle con la cara sin lavar, animándome a

 hablar, a ignorar las cosas que me deberían avergonzar...






Y ahora no tengo tiempo para sentir vergüenza. Estoy

 ocupada viviendo.

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