miércoles, 22 de enero de 2014

NAZIS EN AMERICA


El rancho donde nazis brasileños 

"esclavizaban niños"


En una granja, en el interior de la campiña brasileña a 

160 kilómetros de Sao Paulo, un equipo de fútbol posa 

para una fotografía conmemorativa. Nada extraordinario

 salvo la enorme esvástica de la bandera que sostiene

uno de los jugadores.


Jose Ricardo Rosa Maciel


La fotografía data probablemente de la década de los 30 del 

siglo pasado, después de que el partido Nazi de Adolfo Hitler

 se hiciera con el poder en Alemania, en la parte opuesta del

 mundo.


"Nada explica la presencia una esvástica aquí" dice Jose

 Ricardo Rosa Maciel, quien trabajó como ranchero en la

 remota granja de Cruzeiro do Sul, cerca del poblado de 

Campina do Monte Alegre. Un día, por casualidad, encontró

 esa instantánea.


Fue entonces cuando comenzó a unir las piezas del 

rompecabezas. Era la segunda vez que encontraba símbolos

 nazis a su alrededor. La primera fue en los chiqueros de los

 puercos.


Un día los cerdos rompieron una pared y cuando miré entre 

los ladrillos caídos pensé que estaba alucinando". Cada

 ladrillo estaba grabado con una esvástica en uno de sus

 lados.


Muchos investigadores han destacado cómo en el período

 entre las dos guerras mundiales, Brasil tuvo conexiones con 

la Alemania nazi. Fueron aliados económicos y en Brasil se 

forjó el mayor partido fascista fuera de las fronteras de 

Europa. Contaba con más de 40.000 miembros.



Pero pasaron muchos años antes que Maciel -gracias a las

 investigaciones del profesor de historia Sidney Aguilar Filho-

 descubriese la penosa historia detrás de la granja de 

Cruzeiro do Sul y sus estrechos vínculos con los fascistas

 brasileños.


El profesor Filho estableció que el rancho había sido 

propiedad de los Rocha Miranda, una familia de empresarios 

industriales de Río de Janeiro. El padre, Renato, y dos de sus

 hijos, Otavio y Osvaldo, eran miembros de Acao Integralista

 Brasileira, una organización de extrema derecha 

simpatizante con los nazis.


La familia a veces utilizaba la granja como centro de 

reuniones partidistas a las que asistían miles de

 simpatizantes.

Pero también se utilizaba como brutal campo de trabajo para

 niños abandonados y de razas distintas a la blanca.

"Encontré la historia de 50 niños, de alrededor de 10 años de

 edad, que fueron recogidos de un orfanato de Río de Janeiro.

 Llegaron en tres oleadas, la primera de 10 llegó en 1933".

Osvaldo Rocha Miranda solicitó y obtuvo la autorización para

 ser el guardián legal de los huérfanos, de acuerdo a los 

documentos que Filho descubrió.


"El mandó a su chófer por nosotros, quien nos dejó en una

 esquina", recuerda Aloysio da Silva, de 90 años, uno de los

 primeros huérfanos reclutado para trabajar en la granja.

"Osvaldo apuntaba con un bastón… 'Trae a ese para acá, a

 ese también', decía. Y de 20 niños seleccionó a 10".

"Nos prometió hasta la luna. Nos dijo que jugaríamos al 

fútbol, que iríamos a montar a caballo. Pero era todo un

 engaño. Repartieron un azadón para cada uno y nos

 pusieron a limpiar el terreno", continúa el anciano.


Saludo nazi obligatorio



Los niños eran azotados de forma sistemática con 

una palmatoria, una paleta de madera con huecos

 especialmente diseñado para reducir la resistencia al viento 

y causar más dolor.


Los niños no eran llamados por sus nombre sino por 

números. El de da Silva era el 23. Varios perros guardianes 

se aseguraban de que permanecieran ordenados en fila.

"Uno de los perros se llamaba Veneno, el macho. La hembra

 era Confianza", dice da Silva, que aún vive en la zona. 

"Normalmente prefiero no hablar de lo que pasó".

Otro esos niños era Argemiro dos Santos, que hoy tiene 89

 años. "No les gustaba la gente negra", recuerda.

"Había varios castigos que se imponían con regularidad, 

desde no alimentarnos hasta los golpes con la palmatoria

Dos golpes, en ocasiones. Lo máximo eran cinco porque era

 lo más que podía aguantar una persona".

"Tenían fotografías de Hitler y estábamos obligados a saludar

 cuando pasábamos. Yo no entendía nada", sigue da Silva.

Pero algunos miembros actuales de la familia Rocha Miranda

 aseguran que sus antepasados dejaron de apoyar a los nazis

 mucho antes de la Segunda Guerra Mundial.

Maurice Rocha Miranda, sobrino-nieto de Otavio y Osvaldo,

 niega además que los niños fueran tratados como

 "esclavos".


Rocha Miranda aseguró al periódico de Folha de Sao

 Pauloque los huérfanos del rancho "tenían que ser 

controlados, pero nunca fueron castigados o esclavizados".

Pero el profesor Filho cree más en los testimonios de 

aquellos niños, hoy ancianos. Aunque ocurrió hace mucho 

tiempo, tanto da Silva como Dos Santos contaron historias

 similares, y no se habían encontrado desde entonces.


El fútbol, su único descanso



El único respiro para los huérfanos eran los partidos de

 fútbol contra equipos de granjeros locales, como aquel

 registrado la fotografía con la bandera de la esvástica.

El fútbol era una pieza clave de la ideología de la Acao

 Integralista Brasileira.




En el estadio de fútbol de Vasco de Gama se llevaban a cabo

desfiles militares. También los partidos eran utilizados

 normalmente como propósitos propagandísticos bajo el 

gobierno del entonces presidente de facto Getulio Vargas.


"Pegábamos unas patadas al balón durante un rato y luego 

evolucionó", recuerda Santos. "Luego comenzamos un

campeonato. Éramos buenos al fútbol, eso no era un 

problema".


Pero, tras varios años, Santos ya había tendido suficiente.

"Había una puerta que dejé abierta. Esa noche me escapé

 por ahí y nadie me vio".


La vida después del rancho



Cuando Santos volvió a Río de Janeiro tenía 14 años. Para

 sobrevivir durmió a la intemperie y trabajó como vendedor de

 periódicos. En 1942, cuando Brasil declaró la guerra a

Alemania, se enroló en la armada como grumete, sirviendo

mesas y limpiando.

Había pasado de trabajar para los nazis a luchar contra ellos.

"Solo estaba cumpliendo con lo que Brasil necesitaba hacer", 

dice Santos. "No podía albergar odio por Hitler porque no 

sabía quién era".


Santos fue enviado a labores de patrullaje en Europa y pasó

gran parte de la Segunda Guerra Mundial trabajando en 

barcos que buscaban submarinos en la costa brasileña.

Hoy es conocido en su comunidad por el mote de "Marujo", 

marinero, y muestra con orgullo el certificado médico que 

reconoce su servicio durante la guerra.



Pero no sólo es famoso por eso. También fue uno de 

los principales jugadores de futbol de los 40, como 

centro campista para varios de los mejores equipos de Brasil.




"En aquella época los jugadores profesionales no existían. 

Todos eran amateur", comenta Santos. "Jugué para el 

Fluminense, el Botafogo y el Vasco da Gama. Los jugadores

 venían todos de las calles, eran repartidores de periódicos o

 limpiabotas".


Ahora Santos vive una vida tranquila en el suroccidente de 

Brasil, con Guihermina, su mujer de 61 años.

"Me gusta tocar la trompeta, sentarme en el porche y beber 

cerveza fría. Tengo muchos amigos que pasan a charlar

 conmigo", comenta.


Aunque los recuerdos de la granja son imposibles de olvidar.

"Cualquiera que te cuente que su vida ha sido todo felicidad 

miente. Todos tenemos algún mal recuerdo a lo largo de 

nuestros días".

BBC.-

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