jueves, 28 de abril de 2016

CONOCIENDO A BERAWA CANGGU, BALI.

             
Bali, la joya de Indonesia
Es una isla por partida doble. En primer lugar, porque su territorio está rodeado de océano por todas partes, encajonado entre Java y Lombok, en el archipiélago de la Sonda. Y después, porque en un «bosque» de 13.000 ínsulas donde la religión mayoritaria es el islam, su fe principal es el hinduismo.
Con su forma de pez panzudo, como los que los buceadores pueden admirar en sus arrecifes coralinos, Bali tiene la extensión de Cantabria y menos de cuatro millones de habitantes. Es decir, que moverse por la isla es sencillo y cualquier desplazamiento de un extremo a otro se completa en apenas tres horas por sus razonablemente buenas carreteras. De ahí que sea recomendable apenas aterrizar en Denpasar, la capital, lanzarse a recorrer esta perla volcánica.

En cuanto salga de la ciudad, el visitante comprobará que Bali es un enorme jardín cultivado donde los campos de arroz, ubicuos, refulgen como esmeraldas. Las ordenadas cuadrículas aprovechan cualquier resquicio de tierra para, escoltados por elegantes palmeras cocoteras, convertirse en granero y postal de una isla ensimismada en su interior. Los extranjeros llegan a menudo a ella seducidos por la costa. Los balineses, en cambio, se acercan al mar solo acuciados por la necesidad y siempre con reticencia.

Espíritus benéficos y malignos


Tanah Lot es un templo situado a una veintena de kilómetros de Denpasar, en la costa sudoeste. En balinés, literalmente, significa «Tierra en el mar» y es precisamente eso, un islote rocoso situado a pocos metros de la orilla que queda accesible a los peregrinos durante la marea baja. Pagodas verticales de tejado de paja sobresalen sobre una vegetación lujuriosa que ocupa casi todo el terreno disponible. Este templo es uno de los siete que, a manera de cinturón, rodean la isla, pues los balineses creen a pies juntillas en la Tri-loka («tres mundos», en sánscrito) hinduista. Es decir, que los seres benéficos están en las alturas (volcanes) y los maléficos, en el mar. Tanah Lot es, pues, un antídoto contra las serpientes y dragones que acechan desde las aguas.


El amanecer y el atardecer son los mejores momentos para visitarlo. La mayoría de viajeros persiguen la imagen del sol poniéndose por la espalda del conjunto, pero la mañana permite, en cambio, asistir a ceremonias con sacrificios para apaciguar a los espíritus del mar en las que la presencia de extranjeros es mucho menor.
En menos de una hora de carretera aparece Ubud, localidad considerada el corazón cultural de la isla. Allí se ha desplegado una agradable industria turística, muy respetuosa con la vida local, con un entramado de alojamientos encantadores, restaurantes, bares musicales y centros artísticos. Es el lugar idóneo desde el que emprender excursiones de un día a lugares sagrados como Tirta Empul –donde los fieles se purifican en piscinas– o Goa Gajah, la cueva que el gigante Kebo Iwa creó rascando la roca con una uña y a la que se accede metiéndose, literalmente, por la boca de un demonio. Este entramado de piedra y vegetación solo se rompe para que el volcán Gunung Agung dibuje su perfecta silueta allá donde se mire.

Teatro y marionetas en Ubud





Ubud es una ciudad pequeña y muy dispersa. Su intrincado trazado da para tropezarse con el templo privado de la familia real, con galerías de arte que entroncan con la tradición legada por creadores como Walter Spies o Miguel Covarrubias a principios del siglo XX, o para, sencillamente, dejarse seducir por alguna de las muchas representaciones de teatro, danza o títeres que se celebran cada noche en todos los barrios. No hay que dejar de visitar el santuario sagrado del Bosque de los Monos donde, en un entorno selvático, se camina por senderos repletos de estatuas forradas de musgo y se tiene contacto –mejor a una distancia prudente– con los macacos que son objeto de veneración.


En los alrededores de la ciudad de Ubud se contempla el ritmo pausado de la vida balinesa, todavía muy ligada a los ciclos agrícolas, ya sean del arroz, de las frutas y verduras, o del café y el cacao. Es todo un espectáculo ver a los isleños presentar sus modestas ofrendas de coco, flores, galletas y caramelos sostenidas por una bandeja creada a partir de hoja de bananero. Las depositan frente a dioses y templos, pero también sobre las matrículas de coches y motos para pedir protección, o en la entrada de los comercios para tener un día fructuoso. Las ofrendas que se dejan en el suelo tienen por objetivo apaciguar a los seres maligno.


Pese al terror al mar que tienen los balineses, el viajero llega a la isla para disfrutar de esas playas que parecen existir solo en los anuncios publicitarios, pero que en los litorales septentrional y oriental son reales. Arenales como nieve rozados por olas de azul vidrio puro. Las barcas con balancines nos hablan de pesca en aguas cercanas. Y los ojos pintados en sus proas, de la protección contra las serpientes marinas que acobardan a los isleños.

Delfines y Barracudas


Los balineses han debido acercarse al agua porque los extranjeros así lo quieren. En Lovina ofrecen navegaciones al amanecer para tener un emocionante contacto visual con rebaños de juguetones delfines. En las playas de Kuta proporcionan oportunidades de surfear las olas y de sumergirse a la búsqueda de peces irreales en los arrecifes de Padangbai. En el placentero frente marítimo de Sanur, donde la brisa refresca las veladas, las canoas pesqueras descargan sus capturas en parrillas de carbón para que los viajeros degusten barracudas, bonitos, langostas, peces loro, gambas, tiburones o calamares.

No se ha inventado mejor forma de hacer la digestión tras esos manjares que pasear por el rompiente, contemplando cómo los balineses –que prefieren estar siempre cerca de la orilla– se entregan al cultivo de algas en retículas ordenadas como tableros de ajedrez, una industria pujante en la isla para abastecer las mesas niponas y la industria cosmética europea.
Tras el paréntesis playero, es ineludible rendir homenaje al volcán dador de vida y centro del universo espiritual de los balineses: el Gunung Agung. Este cono de 3.142 metros de altitud se puede escalar –hay que llevar guía; la ruta dura 6 horas de subida y 5 de bajada–, pero resulta más descansado contemplarlo desde el conjunto de templos de Pura Besakih, situado dos mil metros más abajo, en su ladera sur. Los balineses lo citan simplemente como el Templo Madre. Se trata, siendo exactos, de un complejo de 23 santuarios dedicados a la ofrenda y la oración. El lugar es hermoso hasta el delirio, con pagodas de seis alturas, perfectos tejadillos de paja, escalinatas pobladas por esculturas de seres fantásticos, ofrendas de palma y pétalos, las campanillas que suenan movidas por el viento…


Este ambiente de recogimiento también se percibe en el templo Ulun Danu, dentro del vecino cráter del Bratan, unos kilómetros al oeste. Sus pagodas reflejándose en el centro de un lago rodeado de conos volcánicos es, para los balineses, una manera de reconocer la morada de los dioses y el fuego, que al principio es destructor pero que luego deviene en suelo fértil y provoca la aparición de este territorio esmeralda que es la isla de Bali.   


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